Para que los fieles laicos cumplan su misión específica, poniendo su creatividad al servicio de los desafíos del mundo actual.
Los laicos al servicio de los desafíos del mundo actual
Quizá desconozca la existencia de Catalina Drexel, una santa de gran fama y de gran influencia en Estados Unidos, su país natal. La Intención por la que el Papa Francisco nos invita a orar en este mes, podemos verla, primeramente, muy en relación con la biografía de esta santa, cuya larga vida, casi centenaria, alcanzó el año 1955.
Catalina había nacido en 1858, en una familia católica de Filadelfia, de situación económica más que desahogada. En ella aprendió y vivió la convicción de que no se es dueño de las propias riquezas sino administrador de ellas y que han de ser compartidas con quienes padecen necesidad.
Con ocasión de un viaje familiar al Lejano Oeste americano, cuando Catalina contaba unos veinticinco años, conoció la situación tan lamentable por la que atravesaban en ese momento aquellos indios nativos. La joven Catalina quedó muy impresionada. Este conocimiento provocó en ella sus primeras ayudas a numerosas misiones de EE. UU.
Fallecidos los padres en el término de dos años (1883-1885), ella y sus dos hermanas quedaron herederas de la gran fortuna familiar. Aprovecharon una estancia ocasional en Europa para conseguir sacerdotes y religiosas que trabajaran en favor de las misiones entre las tribus nativas. En enero de 1887 son recibidas en audiencia privada por el papa León XIII. Cuando Catalina le habló al Santo Padre sobre las necesidades de las misiones, el Papa le preguntó intencionadamente: « ¿Y tú, qué vas a hacer? »
En septiembre de ese año, acompañada por sus hermanas, visita los estados de Dakota Norte y Sur, conoce el jefe indio de la tribu Sioux y comienza su ayuda sistemática a las misiones con los indios, en las que con el tiempo llegaría a gastar millones.
En noviembre de 1888, Mons. James O’Connor, obispo de Omaha (Nebraska), director espiritual de Catalina, le propone tres posibles congregaciones donde podría abrazar la vida religiosa. Catalina responde que ella desea una orden misionera para los indios y los negros americanos, ¡pero no existe ninguna! Entonces Mons. O’Connor la anima a crear una nueva congregación. Su reacción fue: « La responsabilidad de semejante llamada me abruma, porque soy infinitamente pobre en las virtudes necesarias». Sin embargo, el 19 de marzo de 1889, Catalina le escribe: « La festividad de san José me trajo la gracia de entregar el resto de mi vida a los indios y a los negros, y de verlo desde la misma perspectiva que usted, en cuanto a lo que es mejor para la salvación de estos pueblos».
Estas breves pinceladas referidas al primer tercio de la dilatada vida de santa Catalina Drexel son reveladoras para comprobar cómo sus primeros intereses por el Reino de Dios estaban en la línea de su personalidad de laica. Ella se sintió desafiada por los retos que le planteaban las situaciones de lo que entonces constituía su mundo. Ahondando en ello, Dios la fue conduciendo a una consagración religiosa como lo pedía la eficacia propia de aquel momento. Pero es aleccionador el arranque “laical” de su entrega, en el que puso en juego todas sus capacidades. El santo papa Juan Pablo II, con motivo de su beatificación en 1988, dijo de ella: «Fue una mujer de fe viva. En su tiempo, los indios y los negros de América eran víctimas de graves injusticias a causa de las discriminaciones raciales. Muy consciente del mal arraigado en aquel contexto, se empeñó con determinación por combatirlo y vencerlo. Su mayor empeño se centró en la evangelización, sobre todo a través de la fundación de escuelas católicas».
Habían transcurrido sesenta años desde la muerte de esta santa. El Papa Francisco, del 19 al 28 de septiembre de 2015, realizaba su Viaje Apostólico a Cuba, Estados Unidos de América y Visita a la Sede de la Organización de las Naciones Unidas. El día 26 se encuentra en Filadelfia, la ciudad natal de la Santa. La homilía que pronunció en la catedral de la localidad, giró precisamente en torno a su figura, comenzando por evocar su famosa entrevista con el Papa León XIII: «Es significativo –dijo el Santo Padre Francisco- que aquellas palabras del anciano Papa fueran dirigidas a una mujer laica. Sabemos que el futuro de la Iglesia, en una sociedad que cambia rápidamente, reclama ya desde ahora una participación de los laicos mucho más activa».
Podríamos ahora completar este comentario desde otro punto de vista. Se trata de una Carta doctrinal de 19 de marzo de 2016, dirigida por el Papa Francisco al cardenal canadiense Marc A. Ouellet, presidente de la Pontificia Comisión para América Latina. Su ocasión fue la siguiente. Del 1 al 4 de ese mes de marzo había tenido lugar en el Vaticano la Asamblea Plenaria de la Comisión Pontificia para América Latina. El tema de la reunión, escogido personalmente por el Santo Padre, se titulaba: El indispensable compromiso de los laicos en la vida pública de los países latinoamericanos. Este título nos hace ver el contexto al que se va a referir la Carta del Papa. No obstante, sus enseñanzas no son exclusivas de ese marco. Por eso, el documento es importante en relación con la Intención de este mes. Pero no es posible presentarlo siquiera de forma extractada. Solo daremos tres breves apuntes que animen a su lectura completa.
«Mirar al Pueblo de Dios es recordar que todos ingresamos en la Iglesia como laicos. El primer sacramento, el que sella para siempre nuestra identidad y del que tendríamos que estar siempre orgullosos es el del bautismo».
«Muchas veces hemos caído en la tentación de pensar que el laico comprometido es aquel que trabaja en las obras de la Iglesia y/o en las cosas de la parroquia o de la diócesis, y poco hemos reflexionado cómo acompañar a un bautizado en su vida pública y cotidiana […]. Tenemos que estar al lado de nuestra gente, acompañándolos en sus búsquedas y estimulando esta imaginación capaz de responder a la problemática actual».
«Dos memorias se nos pide cuidar en nuestro pueblo: la memoria de Jesucristo y la memoria de nuestros antepasados […]. Fue en el interior de una vida familiar, que después tomó forma de parroquia, colegio, comunidades, como la fe fue llegando a nuestra vida y haciéndose carne. Ha sido también esa fe sencilla la que muchas veces nos ha acompañado en los distintos avatares del camino. Perder la memoria es desarraigarnos de donde venimos y, por lo tanto, no sabremos tampoco adónde vamos».
Javier Gª Ruiz de Medina, S.J.
Intención Papa Mayo