COMUNIÓN Y LIBERACIÓN: La persona, en el centro de la política. Ante las Elecciones Generales.

La convocatoria de unas Elecciones Generales es un momento muy significativo en la vida de un país: está en juego la gestión de la casa común. Es una ocasión privilegiada para reflexionar sobre las cuestiones más acuciantes que afectan a nuestra sociedad. Normalmente empezamos por un análisis de los problemas y soluciones propuestas. Pocas veces nos paramos a reflexionar sobre nosotros mismos y la forma de estar los unos con los otros. Hagamos este ejercicio al menos por un momento. ¿Qué es lo que más nos preocupa? ¿Qué consideramos más relevante para la construcción común?
1) La realidad no nos deja indiferentes. Provoca en nosotros reacciones de asombro, de dolor o amargura, de rabia, de alegría. Suscita deseos que dilatan el corazón, hace surgir preguntas que son el motor de nuestra búsqueda en tantos campos, desde el científico hasta el afectivo o el existencial. En el fondo de estas reacciones, deseos y preguntas subyace la exigencia de significado, que constituye nuestra verdadera estatura humana.
Sin embargo, nos hemos acostumbrado a dejar nuestra humanidad en el angosto recinto de nuestra casa, asumiendo que es “algo privado”, que no tiene “dignidad pública”. Que en el centro de nuestra convivencia esté la persona es algo que no podemos dar por descontado. De hecho, cuando lo hacemos nos pasa factura: la energía de construcción de un país y la calidad de nuestra convivencia están ligadas a la realización personal, que, a su vez, depende de la respuesta a las cuestiones esenciales de la vida: ¿qué o quién colma mi deseo? ¿Quién me ama incondicionalmente? ¿Para qué trabajo, en última instancia? ¿Qué sentido tienen la enfermedad y la muerte? En definitiva, ¿por qué merece la pena vivir? Detrás de muchos de nuestros problemas públicos (dialéctica exasperada, tensiones territoriales, violencia en diferentes niveles, marginalidad, fracaso escolar, conflictos laborales, soledad, rupturas de los lazos afectivos, etc.) se encuentra una falta de atención a la persona con toda la riqueza de sus preguntas y exigencias. Pensemos en una de las causas del grave problema de la natalidad en nuestro país: para tener hijos hace falta encontrar un significado que comunicar.
2) Los primeros lazos de sociabilidad nacen en la familia. Allí donde un amor incondicional no censura nada de lo que somos. Esta experiencia se dilata cuando encontramos personas que nos entienden porque participan de nuestras mismas preguntas e inquietudes. Y percibimos que el otro es un bien. Esta es la base de una verdadera convivencia, que llega a abrazar a la persona extraña porque tiene nuestra misma exigencia de felicidad. Este es uno de los problemas más graves que tiene nuestra sociedad: el otro se percibe como enemigo. Nos dividimos en bandos, por intereses ideológicos, económicos, religiosos, regionales, etc. De este modo es imposible el diálogo.
Nuestro país vive un grado insoportable de dialéctica en niveles diferentes de la convivencia. No está de más recordar que hace casi 40 años, los españoles, acuciados por el dolor de las viejas heridas, decidieron sentar las bases de una convivencia en la que no sobraba quien pensaba diferente. La Constitución de 1978 es fruto de aquel gran acuerdo en el que experiencias tan humanas como el horror a la guerra o al odio que la provocó, el deseo de perdón y la reconciliación, fueron factores determinantes. Aprendamos de nuestra historia: si queremos reformar la Constitución recuperemos el deseo de convivir abrazando la diferencia. También en política el otro es un bien.
3) Cuando los lazos familiares se rompen o cuando en la sociedad únicamente podemos establecer relaciones superficiales, la persona queda sola, aún en medio de la multitud, a merced del poder de turno, sin más libertad que la de consumir. Nuestra sociedad necesita realidades intermedias que agrupen a los ciudadanos, en las que la persona se sienta en casa y pueda expresar toda su creatividad. Una cuestión política de primer rango, que atañe a nuestros gobernantes, es la de favorecer la vida de la sociedad civil, que, con sus iniciativas y servicios, sale al encuentro de las necesidades más concretas de la persona. Pensemos en el gran esfuerzo de solidaridad que ha hecho la sociedad española hacia los más desfavorecidos en estos años de crisis, saliendo al encuentro de los problemas de trabajo, vivienda o alimento. Más concretamente pensemos en la labor de Cáritas, que ha atendido a centenares de miles de personas permitiendo que el drama del paro no degenerara en un estallido social. O en las innumerables familias españolas que sostienen en casa, a veces con un solo ingreso, a parientes de varias generaciones. Y no olvidemos aquellas iniciativas empresariales que han hecho todo tipo de sacrificios con tal de mantener el empleo.
Es la falta de conciencia de esta sociedad civil, débil y poco apoyada, lo que está dando espacio a un estatalismo creciente, a veces con una fuerte componente ideológica, que se está instalando en nuestro país. No queremos renunciar a los avances del Estado del bienestar que en Europa ha generado sociedades más cohesionadas y menos desiguales, a través de la redistribución de la renta, el acceso a la sanidad y la educación, las infraestructuras y la solidaridad regional. Pero el papel del Estado debe ser subsidiario, sin desconfiar en la iniciativa social, dando el protagonismo y la responsabilidad a aquellas personas y realidades intermedias que se han mostrado capaces de realizar eficazmente un servicio al bien común.
Los partidos políticos deberían ser una de esas formas intermedias que encauzaran la iniciativa de la persona. En estos últimos años, sin embargo, han sufrido un grave deterioro de imagen porque se han convertido en maquinarias de poder al servicio de una u otra ideología. Los casos de corrupción han resultado especialmente sangrantes en una época en la que se nos han exigido tantos sacrificios. Cuando en el espacio público se pierde de vista la persona, con sus preguntas y exigencias, se difuminan los grandes ideales de servicio que han animado siempre a la política con mayúsculas. Con el riesgo que conlleva lo nuevo, esperemos que las nuevas formas de participación ciudadana surgidas en estos últimos años y encauzadas a través de nuevos partidos en el juego democrático, contribuyan a una cultura de diálogo y acuerdos. Todos debemos colaborar en una regeneración de nuestra vida política.
4) Uno de los grandes problemas de nuestro país es la educación. Ahí están las cifras de fracaso escolar que nos ponen a la cola de los países europeos. ¿Es posible entender y acoger todo el mundo de preguntas, deseos y exigencias que se agita en nuestros jóvenes y que está detrás de tantas expresiones de malestar, desgana, incomunicación, fracaso e incluso violencia? La fractura entre deseo y realidad tan agudamente percibida, ¿se puede abrazar? En nuestra sociedad faltan adultos que eduquen, que muestren un horizonte grande a los más jóvenes, que les acompañen para afrontar la vida sin censurar nada. Sin una educación a la altura de sus necesidades generaremos personas que usan mal la razón, que reducen el afecto a un sentimentalismo de corto plazo, incapaces de asumir la responsabilidad en el trabajo o en la familia.
Pero una educación a la altura de nuestra necesidad exige de todos un amor real a la libertad de educación. No debemos tener miedo a las propuestas de significado que existen entre nosotros y que quieren salir al encuentro de nuestras preguntas. Esta libertad está hoy, de hecho, amenazada en muchos lugares de nuestra geografía. No es el Estado el que educa, ni debe imponer una determinada visión de la realidad a través del partido que gobierna. Debe garantizar el acceso a la educación en los términos que establece nuestra Constitución: asegurando, allí donde es necesaria, una escuela pública de calidad y apoyando, a través de conciertos, aquellas iniciativas sociales que han mostrado y muestran una real capacidad de educar e integrar en la convivencia y en la construcción de la sociedad. Nos va mucho en ello.
5) Nuestro mundo cambia vertiginosamente. Miramos con satisfacción el progreso. Pero «un desarrollo tecnológico y económico que no deja un mundo mejor y una calidad de vida integralmente superior no puede considerarse progreso», nos ha dicho el Papa Francisco, invitándonos a tomar en serio el deterioro ambiental. Ahora bien, continúa el Papa, «un verdadero planteamiento ecológico se convierte siempre en un planteamiento social, que debe integrar la justicia en las discusiones sobre el ambiente, para escuchar tanto el clamor de la tierra como el clamor de los pobres» (Encíclica Laudato si’, 49). No podemos seguir mirando para otro lado, olvidando que nuestro estilo de vida, nos sintamos o no responsables, conlleva injusticia social y daño a la naturaleza.
También la política debe acoger este clamor de forma activa. «Que un político asuma estas responsabilidades con los costos que implican», nos recuerda el Papa, «no responde a la lógica eficientista e inmediatista de la economía y de la política actual, pero si se atreve a hacerlo, volverá a reconocer la dignidad que Dios le ha dado como humano y dejará tras su paso por esta historia un testimonio de generosa responsabilidad. Hay que conceder un lugar preponderante a una sana política, capaz de reformar las instituciones, coordinarlas y dotarlas de mejores prácticas, que permitan superar presiones e inercias viciosas» (Laudato si’, 178).
6) La primera política, por tanto, es vivir: vivir a la altura de nuestras exigencias. Nuestra democracia ganará mucho si se convierte en un lugar de encuentro entre diferentes propuestas de significado, por dispares y múltiples que sean. Un espacio de libertad donde poder mostrarse como uno es, delante de todos, más allá de estereotipos ideológicos. Un lugar donde la apertura religiosa que nace de la exigencia de significado sea valorada positivamente y se convierta en factor real de construcción y no en un asunto personal arrinconado vergonzosamente.
Nuestro país necesita políticos y gobernantes que favorezcan que la sociedad sea un lugar de comunicación libre de experiencias. Aprovechemos estos días de debate electoral para ejercitarnos en una real convivencia, poniendo delante de todos, también de los candidatos, nuestras verdaderas necesidades, alentados por las palabras del Papa Francisco: «No tengáis miedo de emprender el éxodo necesario en todo diálogo auténtico. De lo contrario no se pueden entender las razones de los demás».

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