Sorprendidos. Así es como estamos después de esta edición de EncuentroMadrid. Con bastante ingenuidad habíamos elegido el lema “Infinitos deseos. Deseo de infinito”.Queríamos seguir una de las grandes provocaciones de la experiencia de D. Luigi Giussani, el fundador de Comunión y Liberación, el deseo es bueno; todo deseo humano es anhelo de infinito, camino y lenguaje en el que todos pueden reconocerse, a partir del cual se puede construir.
Y hemos quedado sorprendidos. Haber puesto en juego esa gran dimensión del deseo, aclarada, sostenida y acompañada por la experiencia cristiana ha sido la ocasión, en estos días, de encuentro con personas de identidades muy diversas: judíos, musulmanes, políticos, jueces, científicos.
Como Julián Carrón decía recientemente en el diario ABC, hemos visto la pertinencia de que en una sociedad plural cada uno narre aquello que le hace vivir. Eso abre espacios de libertad y de novedad insospechados. Lo hemos visto.
Esta edición de EncuentroMadrid se ha celebrado en un momento en el que en España hay inquietud y una gran insatisfacción hacia las instituciones. Sin duda hace falta reformarlas, pero nuestros invitados nos han hecho comprender el valor de una conversación nacional sobre quiénes somos, sobre qué es una sociedad justa. Hemos visto cómo durante una semana se rasgaba la autocensura que suele haber en nuestra sociedad sobre las cuestiones relacionadas con el significado. Cuando esa gran cuestión no se censura aparecen espacios en los que, de hecho, se afronta con más inteligencia el reto apasionante de vivir juntos; el resentimiento da paso a la gratitud por que el otro, el diferente, exista, y la justicia puede incluso llegar a tocar ese vértice que supone el perdón.
Hemos tenido experiencia del valor histórico de esa gratuidad a través de las decenas de voluntarios que han hecho posible el EncuentroMadrid.
Nuestros amigos musulmanes nos han recordado el valor del testimonio de los mártires cristianos del siglo XXI: el suyo no es solo un testimonio ético sino la constatación de que el único modo de afirmar el infinito, la verdad, es a través de una relación, una relación afectiva. Porque somos apertura al infinito no es justo que se nos imponga una neutralidad en la vida pública respecto a lo que cada uno afirma como lo más querido. La neutralidad, siempre abstracta, empobrece la vida democrática.Ningún miedo, pues, a que cada uno sea lo que es, todo lo contrario. Porque eso es lo que permite el encuentro y un diálogo que en gran medida han desaparecido en nuestro país.
También hemos constatado, a través de una exposición dedicada a las matemáticas y de la conversación con científicos, que el deseo tiene la forma de la razón y de una razón abierta. No hay lenguaje, no hay sistema que se justifique a sí mismo; toda gramática es apertura a la realidad. Y la realidad es asombrosamente correspondiente con la razón.
Estamos sorprendidos. Sorprendidos porque ha comenzado el cambio. Y estamos curiosos por saber a dónde nos lleva ese cambio.