Al conocer la noticia de la renuncia de Benedicto XVI, la Comisión Permanente del Foro de Laicos le envió una carta, en la que entre otras cosas, decíamos: “Le agradecemos de corazón la esperanza sembrada con su palabra, con sus gestos, con su cercanía. Y le hacemos llegar nuestro más profundo respeto por la decisión que ha tomado, acogiendo en ella un mensaje de libertad y de verdad propias del Espíritu de Jesucristo”. Estos mismos sentimientos los hago míos y con ellos me uno no sólo a los católicos, sino a tantas otras personas que se han expresado en parecidos términos.
El último gesto de Benedicto XVI es el gesto de un hombre para quien la búsqueda de la verdad ha sido una de las peregrinaciones más significativas de su vida. Nos tenía acostumbrados a hablar de la verdad de la fe, de la caridad en la verdad, de verdad y tolerancia,… Con este gesto nos ha hablado de la búsqueda de la verdad sobre sí mismo. Nos ha mostrado cómo cuando la fragilidad se le ha hecho sentir, ha sabido reconocer que había llegado el tiempo para adentrarse, “ligero de equipaje”, en el silencio de la relación con quien es la Fuente de la Vida. Y lo ha hecho con la certeza de saber que Quien le encomendó el timón de la Iglesia, sigue conduciendo el barco.
Los hombres y las mujeres de Dios, decía san Pedro Poveda son inconfundibles. Estamos ante un hombre habitado por el Espíritu de Dios, que nos ha mostrado su confianza en la palabra de Jesús: “La verdad os hará libres”, al haber acometido capítulos de ocultación en la vida de la Iglesia, que requerían purificación y petición de perdón. Supo pedirlo y también supo ofrecerlo cuando él mismo fue agredido en su intimidad. Son expresiones de la fuerza de la fe en Jesucristo de alguien que la ha predicado con vigor, sin escamotear entrega, dándose a sí mismo en su palabra, en sus viajes, en su relación directa con personas de toda condición.
Benedicto XVI tiene ese don de transparentar en su palabra, en sus gestos, en su mirada profunda, limpia, serena, que el Espíritu de Dios ha encontrado en él una morada a su gusto. Lo ví de cerca durante la JMJ, en Cuatro Vientos, allí me impresionó cómo el recogimiento profundo de su persona en la adoración ante la Eucaristía, atrajo al silencio prolongado y denso, al millón de personas que orábamos con él. Una noche inolvidable.
De su magisterio nos quedan joyas de gran valor. Quizás lo que más me ha impresionado es el modo como ha sabido transmitir la significatividad de la fe cristiana para la vida humana, para cada persona en particular, y también para contribuir a la transformación de la sociedad en la dirección del Reino. Este último aspecto, ha estado presente tanto en sus reflexiones teológicas como en sus intervenciones públicas ante los representantes de las instituciones políticas de los países que ha visitado. Allí ha hablado con la autoridad de un maestro, y yo diría que con la autoridad que los contemporáneos de Jesús reconocieron en Él.
La significatividad de la fe cristiana para la vida humana ha sido una constante y un auténtico empeño. La puerta de la fe está abierta para todos, para cada uno. Cuando leí la encíclica Deus Charitas est, me impactó precisamente que su primera carta la escribiera presentando a Dios del modo más fácilmente comprensible para el ser humano, a través de la experiencia del amor. Leí su carta sobre la Esperanza en un momento en que me rodeaba de manera especial el sufrimiento de las personas más cercanas, y encontré que entre los lugares que señalaba para aprender a esperar estaba el sufrimiento; meditar sus palabras fue y sigue siéndolo, un alimento que vigoriza mi esperanza. El título de la tercera encíclica, caridad en la verdad, me sorprendió inicialmente, pero pronto comprendí que era la expresión más honda y acabada a la que conduce su gran trayectoria de apostar por la inseparable compañía entre la fe y la razón, que aquí se traducía en caridad y verdad, y que llevaba en su seno un modo de mostrar como tejer en el ámbito personal, pero sobre todo en el ámbito público, el también binomio humano de sentimiento y razón. Son páginas clásicas a las que volver.
Con los jóvenes supo generar una profunda empatía. Les animó a encontrar en la fe en Jesucristo la alegría y la fuerza para vivir, para comprometerse con los otros, para superar las dificultades y las aflicciones de la vida, para transformar la sociedad y construir un futuro en la dirección de la justicia y la paz. Traigo al recuerdo las palabras que dirigió a los jóvenes en Madrid, en el Líbano y en tantos otros lugares; siempre una invitación para encontrar en el encuentro con el Señor nuevo vigor y nueva energía.
Valoro especialmente el gran acierto de Benedicto XVI al proclamar el año de la fe en el contexto de la nueva evangelización. Pronto veremos los nuevos horizontes que ésta dinamica está abriendo en la Iglesia. No puedo dejar de subrayar su modo de abordar la secularización y de proponer nuevos escenarios para la transmisión de la fe. Subrayo solamente dos aspectos: el atrio de los gentiles es ya una realidad .La razonabilidad de la fe que proporciona un espacio de diálogo en las búsquedas comunes de nuestra cultura contemporánea. Los hombres y mujeres de fe tenemos algo muy valioso que ofrecer en del debate público, un horizonte de humanidad que va más allá de lo que la razón, por sí misma, puede lograr.
En el caso de la ciencia, Benedicto XVI deja un mensaje no sólo de que la ciencia y la fe pueden caminar juntas, y cada una aportar algo valioso a la otra, sino que ambas han de situarse al servicio del desarrollo humano y del desarrollo de los pueblos. Y en esta tarea, la ciencia puede recibir de la fe orientación, estímulo y motivación.
Mis últimas palabras son de gratitud por el impulso que Benedicto XVI ha concedido a la participación de los laicos en la misión de la Iglesia. No me resisto a transcribir unas palabras del mensaje enviado a la IV asamblea del Foro Internacional de la Acción Católica, fechado en Castel Gandolfo el 10 de agosto del 2012: “La corresponsabilidad exige un cambio de mentalidad especialmente respecto al papel de los laicos en la Iglesia, que no se han de considerar como «colaboradores» del clero, sino como personas realmente «corresponsables» del ser y del actuar de la Iglesia”. En este texto el Papa habla de corresponsabilidad de los laicos, y en estas palabras podemos encontrar un avance en relación a lo expresado en la Christi Fideles Laici, que a su vez dio un paso adelante respecto del Concilio. Éste había hablado de: “Ayuda del clero al apostolado seglar” (Apostolicam Actuositatem nº25) y veinte años después, esta encíclica hablaba de “un nuevo estilo de colaboración entre sacerdotes y laicos” (nº 2.9).Ahora Benedicto XVI ha dado un paso más que constituye un legado para agradecer y un desafío en el que comprometernos.
Se va, ligero de equipaje _Camino Cañón, sobre BXVI_