Vivimos en una universidad más centrada en la instrucción que en la formación integral de las personas y en la que falta interés cultural y no solamente en el alumnado. Hay muchos profesores, pero pocos maestros, es decir, pocas personas que dejen huella, personas de las que los estudiantes se acuerdan años después de haber salido de la universidad. Esto se debe, en parte, al exceso de especialización que sufre el conocimiento y su aprendizaje y también, en buena parte, a la gran masificación y complejidad administrativa que impide una relación fructífera entre estudiantado y profesorado. Desconocemos, por otra parte, qué impacto ha tenido la pandemia de COVID-19 en la formación académica y el crecimiento interpersonal del estudiantado y el profesorado universitarios, más allá de acelerar la transformación digital de la universidad y un aumento en los niveles de ansiedad y depresión.
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