Al terminar el Año de la Misericordia, el papa Francisco nos invita, en su carta apostólica Misericordia et misera, a continuar cada día en el empeño por «avivar el valor social de la misericordia» para mirar al futuro con esperanza. «Estamos llamados –nos recuerda Francisco– a hacer que crezca una cultura de la misericordia (…) en la que ninguno mire al otro con indiferencia ni aparte la mirada cuando ve el sufrimiento del hermano» (n. 20). Es urgente restituir la dignidad a tantas personas y construir una sociedad justa y fraterna (n. 19). Esta necesidad social reclama nuestra respuesta como Iglesia, de forma que «la conversión pastoral que estamos llamados a vivir, se plasme cada día, gracias a la fuerza renovadora de la misericordia» (n. 5), porque «el camino de la misericordia es el que nos hace encontrar a tantos hermanos y hermanas que tienden la mano esperando que alguien la aferre y poder así caminar juntos» (n. 16). «El carácter social de la misericordia obliga a no quedarse inmóviles y a desterrar la indiferencia y la hipocresía (…) para que la justicia y una vida digna no sean solo palabras bonitas, sino que constituyan el compromiso concreto de todo el que quiere testimoniar la presencia del reino de Dios» (n. 19).
La cultura de la misericordia en la vida social nos reclama, por tanto, comportamientos personales y comunitarios que restituyan la justicia y la dignidad debida a los empobrecidos, pero también poner todo el empeño en ayudar al cambio de las prioridades políticas pues el carácter social de la misericordia tiene una dimensión política ineludible. Cualquier crecimiento económico que no esté orientado en esta dirección es injusto e inmoral. ¿De qué nos sirve socialmente el crecimiento si no responde a las necesidades de las personas y familias, si no acaba con la precariedad vital y la exclusión?
Por eso es tan esencial el trabajo digno: «La política económica debe estar al servicio del trabajo digno» (Iglesia, servidora de los pobres, 32).Si nos fijamos en la realidad del mundo obrero y del trabajo, su situación reclama dar prioridad en la acción política al empeño por el trabajo digno sobre cualquier otra consideración económica y a la creación de empleos que permitan vivir con dignidad. Hoy a cualquier cosa se le llama «empleo». Debería ser una prioridad política acabar con los salarios de miseria que muchas veces se ven obligados a aceptar los trabajadores para poder sobrevivir, con los frecuentes fraudes de ley que se dan en las relaciones laborales, con las condiciones indecentes y peligrosas para la salud en que se realizan cada vez más trabajos…, así como proteger de forma real y efectiva a tantos desempleados que no perciben ninguna prestación. Los contratos precarios no permiten vivir dignamente a las familias.
Igualmente, es necesario situar como urgente prioridad política acabar con la sangrante realidad de que haya personas y familias privadas, por su pobreza, de bienes tan básicos como la vivienda, o el acceso al agua, o a la energía. Ningún beneficio económico puede justificar nunca este hecho. Es una radical inmoralidad que no se haya acabado ya con esta inhumana situación.
La Iglesia en su conjunto, y cada comunidad cristiana en particular, estamos llamados a trabajar con todas nuestras fuerzas para que cuestiones como estas sean, cuanto antes, asuntos centrales en la vida política. Y para ello, el valor social de la misericordia, no puede quedar al margen, tampoco, de los planes y acciones pastorales de toda la Iglesia. Nuestra fe nos empuja a hacer visible otro modo, posible y humanizador, de existir, de que la misma vida eclesial ha de ser un testimonio creíble, porque sin esa dimensión social de la misericordia, nuestra vivencia de la fe, no está completa.
Información extraída de: https://www.hoac.es/2017/01/16/el-valor-social-de-la-misericordia-editorial1591/
HOAC: El valor social de la misericordia
Marcar como favorito enlace permanente.