La legislatura que se inició con las elecciones del pasado 20 de diciembre ha sido una legislatura frustrada de la que necesitamos aprender, los partidos políticos y el conjunto de la sociedad, porque los pobres –hombres y mujeres– no pueden esperar.
En nuestro editorial de diciembre de 2015 decíamos que las elecciones nos situaban ante dos desafíos fundamentales: desarrollar la capacidad de diálogo desde la diversidad y situar la justicia en el centro de nuestra democracia. Las dos cosas han estado bastante ausentes hasta hoy. Previsiblemente después de las elecciones del 26 de junio habrá algunos cambios en la composición del Congreso y del Senado, pero en lo sustancial estaremos en la misma situación y con los mismos desafíos: la necesidad del diálogo para escuchar y responder al clamor de las personas empobrecidas, que es lo único que nos puede hacer avanzar en justicia y humanidad…, en fraternidad en definitiva.
En aquel momento señalábamos cuatro necesidades que debían centrar la labor del Parlamento y del Gobierno, y también de toda la sociedad: en primer lugar, vencer las causas estructurales de las desigualdades y de la pobreza; cambiar el modelo económico abandonando la ceguera del crecimiento planteado como fin en sí mismo y situando como objetivo un proyecto común de justicia social y solidaridad; situar como objetivo central el trabajo decente para combatir la pobreza y la desigualdad y para respetar y promover la dignidad de las personas; e impulsar una regeneración moral que recupere el valor del bien común al servicio de toda la sociedad. Hoy seguimos necesitando lo mismo[1].
La urgente regeneración moral de la democracia que necesitamos nos sitúa, a los partidos políticos, a las instituciones y a cada uno de nosotros y de nosotras, ante un desafío fundamental: reconocer y vivir que solo escuchando, asumiendo y respondiendo al clamor de las personas empobrecidas y excluidas, la vida social puede cambiar, la política puede cambiar, nuestras vidas pueden cambiar. Mientras no se resuelva esto no se resolverá ningún problema (cf. EG 202). Como dice Francisco, las cosas comenzarán a cambiar cuando «nos duela de verdad la sociedad, el pueblo, la vida de los pobres» (EG 205).
Responsabilidad de la Iglesia y de todos sus miembros es no dejar de proponer esto de la única manera que es creíble y que nos ayuda a crecer en humanidad: con el testimonio de una manera de vivir y actuar, la que nos invita a construir el Papa: «Cada cristiano y cada comunidad están llamados a ser instrumentos de Dios para la liberación y promoción de los pobres, de manera que puedan integrarse plenamente en la sociedad» (…) «La Iglesia, guiada por el Evangelio de la misericordia y por el amor al hombre, escucha el clamor por la justicia y quiere responder a él con todas sus fuerzas (…) lo cual implica tanto la cooperación para resolver las causas estructurales de la pobreza y para promover el desarrollo integral de los pobres, como los gestos más simples y cotidianos de solidaridad ante las miserias muy concretas que encontramos» (EG 187, 188).
[1] Reflexión sobre las elecciones. CP HOAC. Noticias Obreras, 1.570, abril 2015
Información extraída de: https://www.hoac.es/2016/06/13/cuando-nos-duela-de-verdad-la-vida-de-los-pobres-editorial1584/
HOAC: Cuando nos duela de verdad la vida de los pobres | #Editorial1584
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