Milán, 20 abril 2016
Queridos amigos,
Como ya sabéis, el pasado 14 de abril he tenido la gracia de ser recibido en audiencia
por el papa Francisco, un año después del encuentro que mantuvimos con él en la plaza de
San Pedro y que todos conservamos vivo en nuestra memoria.
Mientras me dirigía a Roma me conmovía leyendo la Exhortación apostólica post-sinodal
Amoris laetitia, en la cual el Santo Padre nos ha ofrecido una vez más un testimonio precioso de su mirada sobre nuestras dificultades y heridas y las de los hombres nuestros hermanos, en este caso las de las familias, a la luz del amor gozoso que nos ha alcanzado en Cristo.
El Santo Padre conoce bien la lealtad con la que le seguimos a él y a la Santa Sede, y me lo ha agradecido –con gran sorpresa mía– nada más empezar nuestro encuentro.
La audiencia ha sido ante todo la ocasión para expresarle mi gratitud, nuestra gratitud,
por la incansable insistencia con la que nos testimonia la solicitud llena de misericordia para con el hombre y el mundo que nace de la fe en Cristo. Le he manifestado con convicción gozosa que todos nosotros, yo el primero, deseamos aprender cada vez más su forma de mirar al hombre y la realidad; le he hecho saber que no me canso de proponérosla a vosotros, mis amigos, cada vez que nos encontramos.
Le he dicho al papa Francisco que este abrazo tierno y apasionado a la vida de cada persona, que es alcanzada en la concreción de su situación existencial, es particularmente visible, además de en sus gestos bien conocidos por todos, también en la Exhortación Amoris
laetitia. Le he comunicado que he invitado a los responsables del movimiento a adentrarse
en la lectura del documento para identificarse lo más posible con esta mirada, para que llegue a ser cada vez más nuestra en la relación con los amigos y con cualquier persona con la que nos encontremos. Aprovecho esta carta para extender la invitación a todos vosotros. Ya encontraremos el modo de ayudarnos a adentrarnos juntos en su riqueza.
Durante nuestra conversación he tenido ocasión de exponerle el punto en que nos encontramos en la experiencia del camino que compartimos dentro del movimiento en todo el mundo, su dirección y sus dificultades; me ha producido satisfacción comprobar que el Papa está muy bien informado sobre el recorrido que hemos realizado en los últimos años. Os podéis imaginar de qué modo yo –consciente de la responsabilidad última de la guía comunional de todos vosotros que me ha sido confiada– me he sentido confortado por el apoyo del Papa para avanzar sin vacilar por el camino de profundización del carisma que
hemos recibido de don Giussani.
Al salir del encuentro me he sorprendido lleno de asombro por haber percibido más claramente la profunda consonancia entre el papa Francisco y don Giussani. Por ello, creo que no hay nada que pueda ayudarnos más que la tensión constante por identificarnos con el testimonio que el papa Francisco nos ofrece cotidianamente.
Encuentro una expresión de dicha consonancia en estas palabras de don Giussani, verdaderamente liberadoras, que en estos tiempos son como una nota dominante a lo largo de mis días; las comparto con vosotros por si pueden ser de ayuda para vivir el deber supremo del testimonio que el papa Francisco y la Iglesia esperan de nuestra Fraternidad, es decir, de cada uno de nosotros:
«El acontecimiento de Cristo es la verdadera fuente de la actitud crítica, ya que esta no significa descubrir los límites de las cosas, sino captar su valor. […] Lo que crea la cultura nueva y da origen a la verdadera crítica es el acontecimiento de Cristo. La valoración del poco o mucho bien que hay en todas las cosas insta a crear una nueva civilización, a amar una construcción nueva: así es como nace una cultura nueva, que es nexo entre todas las briznas de bien que uno encuentra, con una tensión por reconocer su valor y ponerlo en práctica. Se subraya lo positivo aun dentro de sus límites, y se abandona todo lo demás a la misericordia del Padre» (cf. Crear huellas en la historia del mundo, Encuentro, Madrid 1999, pp. 146-147).
Acordémonos de rezar cada día por el papa Francisco, verdadero don de Dios a su
Iglesia para estos tiempos de cambios históricos, como pide siempre a quienes se encuentran con él por la conciencia que tiene de su propia necesidad. Que esta oración nos sirva también como reclamo para reconocer, en este Año Santo de la Misericordia, aquello en lo que faltamos.
Vuestro amigo en la aventura apasionante de la fe
Julián Carrón