la vida de monseñor Albacete se cumple hoy delante del rostro bueno del Misterio que hace todas las cosas y florece en la alegría que siempre veíamos en él. El encuentro con don Giussani transformó de tal modo su vida que le llevó a desear servir al movimiento en Estados Unidos, dando testimonio de él en la dramática frontera del diálogo entre la fe y una modernidad en busca de significado. Es un diálogo que él buscó con cualquier persona, desafiando al mundo intelectual americano con la única arma del testimonio de un hombre aferrado y transformado por Cristo en su razón y su libertad.
Por eso valen para nuestro queridísimo Lorenzo las palabras del papa Francisco en la Evangelii gaudium: «Los cristianos tienen el deber de anunciarlo sin excluir a nadie, no como quien impone una nueva obligación, sino como quien comparte una alegría, señala un horizonte bello, ofrece un banquete deseable. La Iglesia no crece por proselitismo sino “por atracción”». Y sin duda alguna, su atractivo era tal que se hacía amigo de todo aquel que conocía, porque mostraba la belleza y la utilidad de la fe para afrontar las exigencias de la vida.
Con su trabajo infatigable nos ha mostrado que la fe puede llegar a ser «inteligencia de la realidad», con una capacidad de reconocer y de abrazar a todos sin equívocos o ambigüedades, por amor a la verdad que hay en cualquier persona. Y con su sufrimiento nos ha recordado que no hay circunstancia, por muy dolorosa o difícil que sea, que pueda impedir el diálogo cotidiano del “yo” con el Misterio.
Pidamos a don Giussani, que ahora lo recibe como amigo para siempre, que obtenga para él la paz, signo de una vida que descansa en la eternidad. Y a la Virgen, a la que monseñor Albacete reconocía como la que le había hecho conocer a don Giussani, que le haga partícipe de la sonrisa del Eterno.
Pidamos todos y cada uno de nosotros poder vivir a la altura de su testimonio, para recoger su herencia en el seguimiento del movimiento dentro de la Iglesia.
24/10/2014