Celebramos nuevamente el 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer Trabajadora. En esta fecha recordamos a tantas mujeres anónimas que han construido nuestra historia, muchas veces con sangre y sacrificio. Mujeres que han entregado su vida para que la situación de la mujer y de la sociedad avanzara en pro de la justicia, la igualdad, la paz y el desarrollo. Su lucha no fue en vano y hoy podemos ver sus frutos y sentimos «admiración hacia esas mujeres de buena voluntad que se han dedicado a defender la dignidad de su condición femenina mediante la conquista de fundamentales derechos sociales, económicos y políticos, y han tomado esta valiente iniciativa en tiempos en que este compromiso suyo era considerado un acto de transgresión, un signo de falta de femineidad, una manifestación de exhibicionismo, y tal vez un pecado» (Carta a las mujeres, 2 Juan Pablo II 1995).
A pesar de ello observamos cómo el patriarcado y el capitalismo siguen sometiendo a la mujer de diferentes formas: convirtiendo su vida en mercancía, dando menos oportunidades por razón de su sexo, con trabajos precarios y mal pagados, asignándole un papel de cuidadora y de sumisión por «naturaleza». Además en nuestra sociedad mercantilizada, el trabajo oculto del hogar y de los cuidados realizado tradicionalmente por las mujeres, necesario para sostener la propia vida y realizado desde la gratuidad, no es valorado ni considerado trabajo. Solo se reconoce cuando se le pone precio, cuando se convierte en empleo y es sometido a la lógica del mercado. Por ello, es necesario apreciar el trabajo del hogar y de los cuidados realizado por hombres y por mujeres.
A pesar de lo mucho que se ha avanzado en materia de igualdad entre hombres y mujeres en el plano normativo, constatamos que las mujeres siguen sin estar adecuadamente representadas en muchos ámbitos sociales, laborales, políticos y eclesiales. Por lo que son aún necesarios avances en la igualdad de oportunidades en el ámbito laboral y la representación democrática, en la eliminación de estereotipos o en la erradicación de esa lacra que es la violencia de género.
Al recordar esta fecha nos duele ver cómo se van degradando los derechos sociales. Estamos en un momento muy delicado para el presente y el futuro de esos derechos, porque en el actual modelo económico los recursos necesarios para atenderlos se dedican al nuevo ídolo de la rentabilidad económica y al pago de la deuda.
Sin el reconocimiento justo de estos derechos se trastorna la justicia social y la democracia se rompe. Pero es más, ese reconocimiento es camino de humanización y libertad, de realización personal y desarrollo de la propia identidad. En el caso de las mujeres, por ejemplo, a ser madres. La realidad de muchas mujeres del mundo obrero es que no tienen capacidad de vivir esa dimensión de su vida desde la libertad porque la manera de concebir el trabajo y la economía se la roba.
Las políticas emprendidas en los últimos años (recortes sociales, reformas laborales, supresión de las ayudas a la dependencia…) han generado una precarización y flexibilización del trabajo, especialmente en las mujeres, que nos hace retroceder hasta épocas que pensábamos superadas, sobre todo en la economía sumergida. El paro no cesa de aumentar; España finalizó el año 2012 con la tasa de desempleo femenina más elevada de Europa, el 26,55% (EPA). Así mismo la tasa de desempleo juvenil, es alarmante, supera el 50% y más de la mitad se da entre las mujeres. Ante esta situación, entendemos que la educación es una de las principales claves para la erradicación a largo plazo de las desigualdades todavía existentes entre mujeres y hombres.
Por otra parte, no avanzaremos en justicia global si no hay personas que nos planteemos la vida teniendo presente, cada día, el empobrecimiento y la falta de protección social que sufren miles de millones de hermanos y hermanas nuestras, sobre todo las mujeres, que representan más del 70% de la población mundial en situación de pobreza. Y es precisamente en los países del Sur donde más sufren las mujeres esta falta de justicia social global.
El hambre y sed de justicia de las bienaventuranzas de Jesús de Nazaret se traduce en hambre de una vida liberada e íntegra, libre de cualquier forma de dominación, liberada para amar, gozar y crear más vida. Solo el reconocimiento de la igual dignidad del hombre y la mujer nos permitirá construir un mundo más justo y el pleno desarrollo de todos y todas. Como militantes de la HOAC y de la JOC, como miembros de la Iglesia, queremos seguir abriendo cauces a la corresponsabilidad de las mujeres en la sociedad y en la Iglesia y mostrando el rostro materno de Dios.
Madrid, 8 Marzo de 2013
HOAC y JOC