JUSTICIA Y PAZ: LA IGLESIA NO CIERRA

Ya antes de la declaración de la cuarentena los servicios sociales públicos estaban desbordados y, en general, las administraciones en sus tres niveles dejaban bastante que desear en temas de cooperación. Los servicios sociales de la Iglesia también estaban desbordados y sus responsables en gran medida sufriendo angustia, estrés y agotamiento emocional. La cuarentena motivó el cierre de los servicios sociales públicos y en los dispositivos de la Iglesia se multiplicó la angustia, el estrés y el agotamiento emocional. Creció el miedo ante el coronavirus, ante la enfermedad que azotaba también a comunidades religiosas y sacerdotes. También rebrotó la esperanza ante tanto voluntariado que volvía a asumir sus responsabilidades y a trabajar con ese lema de calidad y calidez que quiere ser un signo de humanidad en la labor de la Iglesia. No. La Iglesia no cierra.

En estos días de cuarentena se han cerrado casi todos los centros de internamientos de extranjeros. Solo está abierto el de Algeciras. Su cierre ha demostrado su inutilidad como instrumento al servicio del orden público.

Cuando termine la cuarentena la clase política deberá decidir si está al servicio de la ciudadanía o del espectáculo, si van a cooperar por el bien común o no. Está claro que el asistencialismo debe ser la última de las políticas, la que se ejerce cuando todos los mecanismos de prevención del estado social han fallado.

Hoy vivimos de nuevo el juicio de Salomón, cuando dos mujeres reclamaban al mismo hijo. Sabremos quién se merece nuestra confianza. Será quien opte por la vida.

I Libro de los Reyes 3, 16-28

16 Un día acudieron al rey dos prostitutas. Se presentaron ante él

17 y una de ellas le dijo:

— Majestad, esta mujer y yo vivimos en la misma casa. Yo di a luz, estando ella en casa,

18 y tres días después ella también dio a luz. Estábamos nosotras solas, no había nadie con nosotras en casa: sólo estábamos nosotras dos.

19 Una noche murió el hijo de esta mujer, porque se durmió encima de él.

20 Entonces ella se levantó de noche y, mientras yo estaba dormida, tomó a mi hijo de mi lado, lo acostó a su lado y luego puso junto a mí a su hijo muerto.

21 Cuando me levanté por la mañana a dar el pecho a mi hijo, vi que estaba muerto. Pero a la luz del día lo observé atentamente y descubrí que ese no era el hijo que yo había dado a luz.

22 La otra mujer replicó:

— ¡No! Mi hijo es el vivo y el tuyo, el muerto.

Pero la primera insistía:

— ¡No! Tu hijo es el muerto y el mío, el vivo.

Y se pusieron a discutir delante del rey.

23 Entonces el rey dijo:

— Una dice: “Mi hijo es este, el que está vivo, y el tuyo es el muerto”. Y la otra replica: “No, tu hijo es el muerto y mi hijo, el vivo”.

24 Y añadió:

— Traedme una espada.

Le llevaron una espada

25 y el rey ordenó:

— Partid en dos al niño vivo y dadle una mitad a una y la otra mitad a la otra.

26 Entonces la madre del niño vivo, profundamente angustiada por su hijo, suplicó al rey:

— Majestad, dadle a ella el niño vivo. ¡No lo matéis!

La otra, en cambio, decía:

— ¡Ni para ti ni para mí! ¡Que lo partan!

27 Entonces el rey sentenció:

— Dadle a aquella mujer el niño vivo y no lo matéis, porque esa es su madre.

28 Al enterarse de la sentencia que había dictado el rey, todo Israel sintió respeto por él, pues comprendieron que estaba dotado de una sabiduría excepcional para hacer justicia.

Francisco Javier Alonso Rodríguez

Presidente de la Comisión General de Justicia y Paz

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